Un Nobel para que llegue la paz

La semana más convulsa para la política en Colombia tiene en su viernes la noticia que más emociona y acaso significa: el Presidente de la República gana el Premio Nobel de Paz por su esfuerzo para acabar con la guerra más larga de un Estado contra una guerrilla.

Para muchos, un baldado de agua fría, porque no soportan la figura de Juan Manuel Santos y se han pasado los últimos seis años insultándolo, burlándose de él, diciendo que es el peor presidente de la historia, mostrándolo como una figura débil, llorona y sumisa, nada más por haber convertido en hechos políticos, en negociación seria, una voluntad de acabar con la guerra en el escenario de las palabras y no de las balaceras.

Para otros, un bálsamo o un espaldarazo a lo que falta para concretar este proceso, porque se entiende que no es un premio a un cargo sino a un esfuerzo colectivo, el de un equipo negociador que no se paró de la mesa a pesar de las esquizofrenias del país, que llegó a un acuerdo de seis puntos para saldar una deuda con la desigualdad en Colombia, y el de unas víctimas que llevan décadas reclamando sus derechos, buscando conocer la verdad, queriendo detener la violencia armada, sabiéndose dignas cada día, en plantones y largas caminadas por la geografía colombiana, pese a la indiferencia y a la sordera de tantos compatriotas.

Es un premio a la posibilidad de futuro, que quiere que estemos unidos como ciudadanos para que no dejemos escapar la paz.

No fue fácil para Juan Manuel Santos recomponer el espíritu de las Fuerzas Armadas, otrora guerreristas, dispuestas a bombardear pueblos para acabar con un blanco guerrillero. No fue fácil para Juan Manuel Santos mantener la mesa de La Habana, cuando los insensatos vociferaban que se trataba de unas vacaciones pagas para las FARC y los funcionarios delegados. No fue fácil para Juan Manuel Santos convocar a un país que le pone más atención a los partidos de fútbol que a una votación para definir su rumbo. No fue fácil para Juan Manuel Santos rodearse de la comunidad internacional porque no se trataba de la implementación de bases militares sino de expertos en solución de conflictos.

Y no será fácil para Juan Manuel Santos, porque a este Premio Nobel de Paz aún le faltan años para que su tarea esté concluida. Si se levantan los ánimos de la nación y tras las marchas el Acuerdo de La Habana se implementa, queda al menos una década por delante para recomponer las instituciones del Estado, para que sobrevivan los que quieren dejar las armas, para que la sociedad colombiana llegue por fin a su mayoría de edad, y para que las víctimas, despiertas y dignas a pesar de su tristeza, conozcan el resarcimiento de los indolentes y el cumplimiento de sus derechos.


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