Drama de mujer asustada por cumplir 32 años
Cumpliré 32 años. Suficientes para el hastío de uno mismo.
Alcanzo a verme canas encima de la frente. Evito los espejos porque no tiene
gracia recordarme cuál es mi ojo apagado, pero en los que hay en ciertos
ascensores no puedo dejar de hallarme canas nuevas. No siento, sin embargo, que
sea un problema de estética, de verme bien o verme mal, de creer que sea hora
de comprar el Palette o la gena, si llego a ser más natural.
No, es un problema de fondo, del reverso de la piel, de que
el tiempo va pasando y que las canas son signo de que uno está viviendo más, o
sea: que se está muriendo en cada segundo que pasa. No siguen más que los
gusanos. Y uno se va volviendo inalcanzable para uno mismo, sin forma de
controlar o prever la situación. Es inevitable, es la vida, son títulos del
Bukowski más jodido que eligió para hacernos sangrar del puñetazo y de paso
narrar al poeta Chinaski, ese alterego de lo que ya, menos mal, nunca fuimos: “Porquería
de mundo”, “Esa pena de escoria”, “Golpes en el vacío”, “Puteo lírico”…
Y así como me veo un poco borrosa ante los 32, puedo verme
igual ante los 33 o los 40, o por allá en los 64, porque uno se va aplazando,
dejando ir en la corriente de este río Aqueronte, quizás creyendo que en la
otra orilla alguien nos aguarda, o simplemente yendo no más a ver qué es lo que
sigue.
Hace un par de sábados me asaltó un deseo de brincar la
barda de mí misma y resolví la ansiedad comprando un tiquete en promoción al
mejor mar que conozco. Decidí, sin mucho aspaviento, que pasaría el cumpleaños
en Santa Marta, quizás sin nadie conocido alrededor, como empezando el año sin
esto que soy y que puede ser lo que me va sacando de quicio de cuando en
cuando. Yo, conmigo y rodeada, soy mi peor yo.
Me sentí un poco tonta después de comprar el tiquete en la
aerolínea más barata y reservar en un hotel de nombre genérico bien puesto en
el centro de la ciudad. Era como si hubiera querido comprar wiski y hubiera
terminado comprando alelí. Me preguntaba qué diablos acababa de hacer. Creo que
me reí y me asusté. ¿Me estaría enloqueciendo? Eso tampoco sería alguna novedad.
Pero ahora agradezco el impulso de ese instante porque iré
al mar, me arderán los ojos bajo el agua, tocaré la arena y caminaré hasta
cansarme, como condenada que no debe llegar a ninguna parte. Santa Marta puede
ser mi Lisboa más cercana, un lugar para poner las fichas en su lugar, si es
que lo tienen, y hacerle campo a un poco de paciencia.
Eso… Por ahí creo que va la cosa. Se me va agotando la paciencia
conmigo, porque resulté así como no quería, en un limbo de asuntos pendientes,
de pasados que no termino de soltar y de posibilidades masculinas que se me
hacen inalcanzables. Y no sé con qué puedo seguir, o para dónde es que va este
barco, pero ojalá pasara algo, que una buena corriente me arrastrara y yo me
ayudara con buen nado. Pero también se me va el ánimo en querer vencer la
semana, en hacer planes que no puedo cumplir, que yo misma me impido, que no sé
si sirven de algo, porque eso mismo falta, porque aún no es tiempo, porque
tengo una deuda con lo que tanto me ha enseñado, porque me equivoqué en muchas elecciones,
porque me da miedo, porque a un alguien le soy indiferente, porque no sé.
Y entonces me descubro ante los 32 y abro los ojos como
platos, sin explicarme cómo fue que todo sucedió, cómo diablos no he hecho lo
que había planeado, aunque no recuerdo bien qué era, por qué maldiciones se me
pierde el sentido de todo, cómo puede ser que el amor me sea esquivo, y peor
que nada, por qué terminé comprando un pasaje para huir de mí y qué será lo que
haré cuando regrese. A eso último puedo responder sin novedad, lo demás sigue
en incógnita.
Deambularé por Santa Marta, buscaré algunas formas concretas
de alegría, tomaré fotos de paisajes y coleccionaré cotidianidades ajenas, y
luego volveré, completaré tareas del trabajo, expondré en clase de alemán acerca
de por qué debemos proteger el medio ambiente, maldeciré ante la futilidad como
bien sé hacerlo, reanudaré la marcha del estrés pasajero y el abatimiento
intermitente, y así no más, porque así debe ser, se hará más real que siempre
ese dicho tan normal y repetido de que “no problem”, así no más es como nos
vamos yendo.
Comentarios
Publicar un comentario