El sueño de la razón produce monstruos

Nunca entendí los argumentos ajenos y opuestos. En realidad nunca pude saber realmente si esos argumentos existían. Eso. Que no sabía si eran argumentos o pataleta infundada. Lo de entregarle el país al castrochavismo. Lo de la imposición de la ideología de género. Lo de la cárcel perpetua para los asesinos. Lo del socialismo extremo. Lo de que todo se puede volver a negociar. Lo de la dignidad golpeada de las Fuerzas Militares. Lo de que todo se hizo a las espaldas del país. Lo de que les van a dar un premio de poco prestigio a los exarmados… Todo eso, no sé, o no era real o no era importante.

Además, nunca pude tener una discusión de altura con alguien que fuera a votar por el no. A alguno terminaba saltándosele la piedra y era mejor huir. Fue un mes muy difícil para la discusión, para el crucigrama que supondría conversar sobre un futuro hipotético. Preferí el silencio. Pueden saber que no peleé, que no me exalté, que tantas veces preferí decir adiós que quedarme a escuchar o a rebatir. Le perdí la gracia a eso, la terquedad mía y ajena me ganaron. Pero procuré que mi terquedad no estuviera vacía. No tan vacía como la vi en el no. ¿Que hay no de gente informada? Seguro, pero esos argumentos aunque expresados con calma y cierta coherencia también me parecieron bajitos, simplistas, que no alcanzaban para la decisión que había que tomar. Y por eso leí y estudié, aunque de fondo mi opción por el sí estuvo guiada por lo más sencillo y lógico: parar la guerra, evitar más muertes, hacer que una gente deje para siempre el fusil.

Supongo que debo respirar hondo y pensar dos, tres, cinco, diez veces y entender, comprender esos argumentos que aún ahora me parece que se caen por su propio peso, que no les veo cómo puedan ser útiles en lo que sigue, en el mañana y en el pasado mañana, después de la derrota en las urnas del fin de la guerra con las Farc.

¿Habrá renegociación? Ojalá. No soy el ser más optimista del mundo. Si la hay, ¿qué es renegociable para las Farc y para el Gobierno? ¿En qué hay que ceder? ¿Qué es lo que la opción que hoy votó no, quiere renegociar? ¿Cárcel para todos los miembros de las Farc? ¿Eliminar la reforma agraria? ¿Que no queden con 10 de las 268 curules del Congreso? ¿Qué es lo que quieren ver? Digan, miremos hasta dónde se puede llegar. Pero si eso no se puede, y si no se puede tampoco lo que sea que quieran renegociar, ¿todos al monte otra vez? ¿O van a fusilarlos? Digo, ¿vamos a fusilarnos? Yo no tengo hijos y no sé si los tendré. Pero pregunto: ¿Vamos a mandar a los hijos, colombianos que hoy son niños o que están en grado once del colegio, a la guerra continuada? ¿Vamos a decirles a las víctimas que las Farc seguirán teniendo la ere en su sigla y que en vez de perdón y verdad, ellas solo tendrán más miedo?...

Es que no sé, me hago preguntas. ¿Por qué preferimos el fusil a la palabra? ¿Por qué negamos que un grupo armado pueda acabarse incorporándolo a la legalidad y no matándolos a todos? Yo, francamente, no sé, no entiendo.

Voy a esperar a que pasen los días, a que los ánimos se calmen, a que los negociadores del Gobierno y las Farc ya tengan un plan B, y uno C, y uno D. Y del señor que orquestó el triunfo del no, solo espero que se calme también y que deje de sembrar cizaña entre sus huestes, que se quede tranquilo, pues sigue teniendo un pie en la opinión pública, y su patria lo escucha y lo obedece. Que vaya a la mesa, bien pueda. Yo quiero saber cuál es su propuesta. Quiero saber hasta qué y hasta dónde es capaz de negociar a cambio de un trozo de poder y reconocimiento. Ojalá no se le olvide que lo que está en juego no es un cargo de elección popular, sino el futuro de un país donde viven 48 millones de personas. 

"El sueño de la razón produce monstruos", grabado de Goya (c. 1793)

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