Nada de nervios
Todo el tiempo me pasan cosas para que vaya entendiendo lo
que me pasa. Eso suena a pequeño enredo, pero es verdad. O sea, me pasan cosas,
como a todo el mundo, normal, del amor, de la economía, de la enfermedad, de
los sueños de la noche, de las ganas de comer, de la familia, de los desastres
en la casa, pero también me pasan otras cosas, también como a todo el mundo,
que me van explicando cómo es que puedo actuar, o más bien cómo es que todo
está conectado. Entonces si por ejemplo aparece alguien y juega, todo el tiempo
está jugando y diciendo vainas raras a ver yo qué digo o cómo me comporto, ahí
aparece por mi lado un libro sobre el juego, sobre las reglas trastocadas del
mundo cotidiano, o un parqués que hace tiempo no veía, que hay personas como
espíritus burlones que andan moviendo fichas y hablando de lo inesperado, nada
más para que uno, o sea yo, responda, mejor dicho les juegue el juego. Y ahí
decido si sí, si lo juego, o más bien me doy cuenta de algo más raro: que ya estaba
jugando desde hace rato, así no lo supiera.
También me pasa que se me enciende algo en la vida, haga de
cuenta cuando a uno se le ilumina un pensamiento, que dónde fue que dejó las
llaves o cosas así, pero no se trata de una tontería, sino de un hecho más
importante, más bonito, más grave para mí. Es que yo no sé por qué le ponen
mariposas en el estómago a eso, si uno nunca ha visto un estómago, y pues es
más difícil imaginarse que haya mariposas de esas que no se pueden tocar porque
sueltan el polvito amarillo de sus alas si algo les pasa por encima.
Me perdí, pero vuelvo a la idea. Me pasa que me siento rara,
que desde hace días me cuesta concentrarme, pensar con orden (¡ja!, ¿antes
no?), que porque a toda hora estoy no más repasando lo que pasó, lo que dije,
lo que hice, lo que hubiera pasado, lo que hubiera dicho, lo que hubiera hecho.
Y me llevo las manos a la cabeza por bestia, por boba no más, porque, no vaya a
creer, cuesta sentirse así, caminar por un camino estrecho, como por donde uno
no cabe, y no ver nada, pero seguir yendo por ahí, que porque por ahí es.
Las certezas son una pendejada, lo son, pero por eso son
certezas, porque uno las evitaría si pudiera, pero no puede. Ya me hubiera
echado de para atrás, ya estaría haciendo algo normal en una mañana normal,
pero no, en cambio de eso, estoy haciendo lo que mejor no sé hacer, que es
pensar y desmadejar cada uno de estos días bonitos y raros, de aguaceros y
resbalones, violentos a veces conmigo, que, suena cursi yo sé, pero es como si
me subieran a lo alto de un riel de montaña rusa, de una, y me soltaran de
allá, pero para asustarme, no para dejarme estrellar contra el suelo, porque
cuando estoy a punto de caerme, de resignarme a que me quebré todos los huesos,
algo vuelve a pasar, algo que me levanta. ¿Y si ve? Ahí es cuando le digo que a
uno le pasan ciertas cosas para que entienda otras.
Entonces yo no sé si esto va para algún lado, si voy por
donde es, o si he entendido el juego, el juego ese de aquel, que no me explicó
las reglas ni me dijo esto o esto, sino que primero dijo una cosa y luego hizo
otra, como para confundirme, pero era para que yo jugara también. Y jugué, y de
pronto debo seguir jugando, hasta donde se pueda, pero y qué tal que esta vez
me deje estrellar contra el suelo, eso dolería mucho, bueno ya me duele, desde
antes, porque el amor en realidad duele, no hace sino doler, aunque uno se
distraiga a toda hora con las mariposas que en vez de volar más bien parecen
estar acurrucadas en el estómago de uno, acurrucadas pero moviendo las alas rapidito
rapidito de vez en cuando, que le hacen cosquillas a uno en la pared interna
del estómago, y uno se ríe, porque así son las cosquillas.
Y me pasan cosas pequeñas para que entienda las cosas
grandes, o ya no sé cuál es la cosa pequeña y cuál es la cosa grande, pero ahí
voy entendiendo, me voy dando cuenta de cómo soy, de quién he sido y por qué es
que me he equivocado tanto, pocas veces, pero ¿taaanto?, ah pues sí.
Es simple, nada de nervios. Para eso es el aire: para
respirar, ¿y los números? Pues para ir contando el aire, o el tiempo más bien,
que es eso lo que no se dejaba contar antes. ¿Ya sí? ¿Clarito? Que ya te dije
que no sé si entiendo, pero ojalá no haya crueldad, que no me ruede yo sola
desde el riel de la montaña rusa, y que si me ruedo, haya algo que me ataje.
"Saturno devorando a su hijo" (1819) de Francisco de Goya.
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