Divagaciones en torno a los sueños, la memoria y el lenguaje (Halbwachs)

Yo no recuerdo mis sueños. Antes sí lo hacía, pero desde hace un tiempo, no puedo hablar de ellos, están fuera de mi lenguaje, de mi expresión. Supongo que sí sueño, pero si no puedo hacer de ellos palabra, ¿cómo sé que existieron?, ¿cómo puedo escapar a esa muerte de la noche?, ¿a esa tierra de nadie? Pero cuando soñaba, me pasaba lo que dice Halbwachs: hallaba símbolos, unidades de imagen-pensamiento, en algunos sueños. Mis símbolos no podían predecir el futuro de la nación, como los de José, pero sí podían condensar aspectos vividos que no había terminado de descifrar en el momento consciente. Soy incapaz ahora de remitirme a esos sueños, porque su esencia ha escapado de mi recuerdo, se han deshecho sus marcos principales: el social, el temporal y el espacial. Se diluyeron al retomar los hábitos cotidianos y al sobreponer a esos, otros sueños y otras noches que quizás no contengan imágenes.

Dice el autor de Los marcos sociales de la memoria, acerca del procedimiento de convertir las imágenes en símbolos: “El carácter simbólico de la imagen se descubre, en el mismo sueño, en algunos casos, cuando el pensamiento es excesivamente abstracto para fundirse con la imagen hasta perderse en ella, y en ese momento apreciamos los elementos de sensación que el pensamiento ha asumido como suyos, y a los que ha intentado imponer su forma, cuando se esfuerza en exteriorizarse”. Lo interpreto: el símbolo aparece cuando la sensación le gana a la comprensión de lo que se ha visto y no termina de ser corpóreo, y esta sensación se hace pensamiento, indicación, constructo de una intuición.

La razón de que no recuerde mis sueños puede estar en que no se me presenten al despertar, o en el transcurso del día, imágenes que convoquen a las que vi o creé en estado de reposo. Cuando esto sucede, ahí sí tengo una leve impresión, un momento mínimo en el que casi puedo asir el sueño o al menos lo que sentí o lo que “pensé” cuando lo soñaba. Es un marco posterior el que puede rescatar lo soñado, que tiene a su vez un marco en la víspera del sueño, y esa víspera se amplía al espectro de todas las vísperas.

“Tal vez el hombre que duerme se separe más completamente del tiempo que del espacio de la víspera”, dice Halbwachs mucho antes que los estudios del sueño presentados a medianoche en el Discovery Channel. La cronología se rompe, da saltos atrás y adelante, se eterniza en un momento y de repente es efímera, mientras el espacio se aproxima a la realidad, a tal punto de hacernos pensar que casi podíamos tocar, que casi estuvimos ahí, en esa caja incomprensible de cuatro cartones donde ocurrió el sueño.

De niña perdí una vez las tapas de Pony Malta premiadas que me permitirían ir al circo. Las había acumulado durante semanas y las había guardado en una bolsa plástica, en algún lugar que terminé olvidando. Llegó el día de ir al circo y me di cuenta de que había perdido la bolsa. Las busqué por toda la casa y recuerdo que me dormí llorando y pidiéndole al dios de los sueños que me susurrara dónde había guardado la bolsa. Dormí una larga siesta y al despertar corrí al closet, al último cajón, y allí estaba la bolsa con las tapas. No puedo explicar cómo ocurrió aquello e, incluso, dado el filtro de la duda, si ocurrió así como lo estoy contando.

Me faltan ahora puntos de referencia de la memoria de la víspera; este suceso de las tapas y lo que pude haber soñado que me reveló una clave de mi olvido, son datos intermitentes, arbitrarios y quizás falsos. No tengo por qué recordar lo que soñé, pero sí, años después, lo que significó para mí, pues haber encontrado las tapas, esa angustia previa y no la ida al circo precisamente, representó la creación de un nuevo marco. En fin.

Halbwachs esconde en sus referencias a los sueños, a la víspera, a los pensamientos y a los recuerdos, una explicación del aparato colectivo que protege todo esto. Dice que la acción de la conciencia colectiva “condiciona toda nuestra vida psíquica”, pues esta a los demás se les hace por lo menos reconocible en la medida en que el sueño de un hombre es quizás el sueño de todos los hombres.

Y está allí el lenguaje, también marco de la memoria, como el tiempo y el espacio, pues se asume desde un principio que los hombres piensan en común por medio del lenguaje. Recuerdo o pienso, ya no sé, en la palabra Rosebud dicha por el moribundo e inolvidable Ciudadano Kane, personaje de George Orwell, que nos lleva a conocer, tras la imagen de una bola de nieve, toda la experiencia comunicable de una vida. Rosebud, apenas el nombre de un trineo, es el enigma de lo vivido por un humano cuya conciencia está a punto de desaparecer. Es ficción, no es un sueño, pero es lenguaje y a través de él creamos y comprendemos los símbolos.

Dice Halbwachs: “Lo que sucede, en realidad, es que el sueño se desenvuelve en determinado marco y evoca únicamente aquellas imágenes que este marco reconoce, marco fluctuante, por lo demás, que se transforma y en ocasiones se fragmenta”.  Y agrega más adelante: “Nuestros pensamientos se orientarán en el mismo sentido que nuestras palabras, habrá entre las imágenes de nuestros sueños la misma continuidad que entre las palabras; en cuanto a los detalles, se explicarán por otras palabras o frases, pero incompletas, mal repetidas, y que, al mismo tiempo, podrán reproducir las primeras como un eco debilitado y resquebrajado”. Eso es el lenguaje, el artificio de nuestra especie que nos puede acercar a lo cognoscible, a pesar de sus defectos.

Y ese lenguaje puede ser exterior, para comunicarnos con otros, o interior, para comunicarnos con nosotros mismos. Bellamente dice el autor: “El hombre que duerme escapa al control de la sociedad”, porque allí el lenguaje es solo suyo, no lo ata a los demás aunque tenga relación con ellos. No hay obligación de conocimiento ni de comprensión. Pero a pesar de esto ese mismo hombre liberado, que está soñando y ha establecido su propio lenguaje, no puede soltar por completo el hilo de aquello que lo rodea y lo ha rodeado. Su disciplina social lo lleva a comprender y experimentar de un modo o de otro, así como su inteligencia, el fluir de sus neuronas, lo remiten constantemente a un entorno cercano o lejano, pero un entorno.

Se hace presente la noción de experiencia colectiva, en la que se apoya el hombre despierto pero que el hombre dormido, aun cuando escapa a la sociedad, no contiene con precisión de coordenadas espaciales y temporales, cercanas a la verosimilitud y la coherencia. Quién sabe en qué momento de ensoñación estaba el Ciudadano Kane durante su agonía. Para él, personaje de película, Rosebud fue sonido en la palabra pronunciada, imagen en la bola de nieve, olor en la ventisca del invierno, sentido en la condensación de una experiencia enteramente suya pero inmersa en su vida social. 

(Texto basado en el capítulo II de Los marcos sociales de la memoria, de Maurice Halbwachs, intento de relatoría para el Seminario sobre Memoria de la Escuela Interamericana de Bibliotecología, Universidad de Antioquia, Medellín)


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