Cristina

En Plaza de Mayo todos saltamos gritando que no somos de Clarín. Los niños se subieron a los hombros militantes de sus padres y desde allí alzaron la bandera de su nueva generación. Ondeaba la victoria porque Cristina Fernández de Kirchner ganó la presidencia con un amplio margen de distancia.

Yo no soy argentina, soy colombiana. También estuve en la Plaza de Mayo. Desde hacía meses había dicho que iría el 23 de octubre porque necesitaba verlo con mis propios ojos. No me había tocado algo como eso; es más, ni descartando la derrota política creo que se hubiera presentado una situación semejante. No por cantar o gritar vivas me pareció un suceso especial; era, más bien, un aire de genuina victoria, una compañía de “todos ganamos”, una seguridad de seguir militando por los derechos, por intangibles limpios y nobles que podrían cobijar a un pueblo entero.

Viejitos levantando carteles de la Juventud Peronista, muchachas sosteniendo fotos de Evita, niños con letras K pintadas en la cara, hombres y mujeres de todas las edades, y siempre en familia, felices, abrazándose, encontrándose en las esquinas o en las escaleras de la Catedral para contarse lo que ya sabían: que el Kirchnerismo continuaría vigente, que la morocha tendría carta libre para seguir el proyecto de nación que hace una década fue trazado con urgencia. Atrás quedó el corralito. Se fue el tiempo en que Argentina vivía más en Europa que en América Latina. Mis hermanos del Sur volvieron al continente y ahora están regalando una lección política.

No puedo evitar comparar estos sucesos con las elecciones en Colombia. Desde la distancia, veo brechas insalvables entre figuras que ocupan altos cargos y las masas que los elegimos; veo que no tenemos partidos por los cuales quisiéramos morir ni tampoco hombres o mujeres determinantes para nuestro propio concepto de país. Eso duele, porque a menudo me siento sin patria. No me representan los gobernantes que reforman y reforman sin saber hacia dónde van, tampoco la guerrilla o los paramilitares que continúan deslegitimando, a punta de sangre, cualquiera de sus supuestas luchas.

¿Cuál es el marco teórico de nuestra democracia? ¿Tenemos alguna “superestructura” en nuestra sociedad? ¿Somos apéndices de países ricos o vamos con independencia hacia algún lado? ¿Creemos en el campo o en la industria? ¿Somos de derecha, de ultra derecha, de centro, de izquierda? ¿Podríamos militar buscando algo, siquiera defendernos, sin morir en el intento? ¿Tendremos alguna vez un pueblo educado que sea capaz de defenderse y levantar su propia voz contra todo lo que no le parece?

Grité por Cristina y hasta le dije Morocha. Vitoreé su triunfo y me alegré por las calles de fiesta. Una pequeña esquina de mi mente me quería convencer de que este escenario es repetible en otras latitudes. Por eso seguí brincando y abracé a desconocidos. Ayer votó mi alegría. Argentina me abrió sus puertas para mostrarme lo que aquí ha estado sucediendo. Alguien me dijo que emprender esa ruta fue tal vez un golpe de suerte; opino que haberla seguido fue el fruto de una conciencia colectiva. Podríamos empezar por ahí.

Comentarios

  1. Yo no tengo la capacidad de conmoverme por estas cosas, pero me alegra que hayas vivido la experiencia y las estés contando por acá. ¡Abrazos!

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  2. ¿Sabés? No hace mucho le creí a la Ola Verde; no hace mucho dije que "renunciaba" a creer en cualquier político. Espero, muy en el fondo, poder conmoverme con algo así en mi propio país. Algún día... ¿?

    Gracias por pasarte por acá. Un abrazo también.

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