Revelación

La espera ya se estaba convirtiendo en desilusión. Más bien en resignación. La posibilidad de una mejoría, de una nueva luz, se me escapaba cuando me detenía a pensar en ello. Si no lo hacía, tal vez todo fuera un tal vez. Una forma de la fe del carbonero que aplazaba decisiones y la conciencia de unas futuras tinieblas.

Hasta ayer a las cinco de la tarde, el paraíso me era esquivo. No anhelaba encontrar allí un paisaje extraordinario o alguna revelación de la belleza. Lo único que deseaba era asir con mis ojos los contornos de cada objeto y tener la certeza de que ellos son como los registra mi cerebro. Es, quizás, una búsqueda inútil para cualquiera, porque sospecho, sea como sea, que nada es en realidad como parece y que la nitidez no niega el hecho de ser todo una sencilla proyección.

Es mi reclamo de estar segura, de ir por el mundo sabiendo hacia dónde voy (así en verdad no lo sepa); es mi necesidad de ganar una batalla contra las imposiciones del terreno. ¿Por qué aceptar el camino como viene en vez de ir componiéndolo hasta llenarlo de piedritas?

Fue una revelación que llamó a mi puerta... yo que la había buscado, sin hallarla, durante tanto tiempo. Ver como yo pude hacerlo es ver de verdad, y no había nada especial frente a mis ojos: solo paredes y vidrieras, un piso de madera falsa, una enfermera de bata blanca y tacones negros que recorrió el pasillo, una doctora sentada de espaldas y varios instrumentos de uso médico. Casi quería sacarme los ojos para sostenerlos con una mano y descubrir qué había cambiado en ellos.

El avance de la ciencia los llamó lentes de contacto. Vi cuando la doctora me los puso. Había ido a buscarlos pero mi expectativa era incrédula; sinceramente, no sería posible que ellos solucionaran lo que un par de operaciones no había conseguido. Una vez los sentí en mis ojos como pequeños cuchillos de mesa, el paisaje de consultorio se dibujó objeto por objeto. Nada raro que una lágrima genuina se hubiera mezclado con las gotas lubricantes. Mi asombro, como el de un niño que se siente capaz de dar un paso y después otro sin aferrarse a la pared, fue bien correspondido con la sonrisa honesta de la doctora.

El encanto -sí, un hechizo sin pócima- duró sólo tres minutos, porque era una prueba, el antojo para que la suma de la cotización nunca me pareciera demasiado. En realidad mi presupuesto tenía un cero de distancia con lo que había imaginado, pero era también una distancia de beneficios que no había planeado.

Quebrar el horizonte para siempre no puede tener precio. Leer novelas en las noches o ver una película de subtítulos minúsculos serán pequeños trofeos que le estaré sacando a la vida. Ahora lo que esté frente a mis ojos tendrá que valer la pena, deberá estar de acuerdo con el ejercicio consciente que será parpadear. No hablo de belleza o de bondad, sino de formas y texturas que evoquen algo, lo que sea, que expresen, que sean pequeños pellizcos para no dejar escapar lo que se presente como real.

Ver será mi pretexto, nunca una excusa.

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