Medellín imaginada y bien barrida

Puse la televisión en un canal local y alcancé a escuchar algunas palabras de Pablo Montoya en el primer día de la Fiesta del Libro de Medellín. Lo dejé hasta que los nombres citados por el autor se volvieron un enredo en mi mente inculta. No sé si puse atención como era o si estoy preparada para comprender el discurso del escritor, pero hubo algunas ideas que se me metieron en la cabeza.

Montoya disertaba acerca de las ciudades soñadas, imaginadas, se me pierde la palabra precisa que él usó. Decía que estas ciudades en tales y tales obras canónicas de la literatura y la historia quedaban territorialmente aisladas, pero también protegidas o guardadas, alejadas de la crítica o de cualquier posibilidad de destrucción. Que estas ciudades se veían desde afuera como un escenario donde todo era posible, pero que esa visión pertenecía solamente a la distancia.

Por supuesto el autor dijo cosas mejores y con mayor sentido. Toqué el control porque me estaba durmiendo. Llegué a las noticias del siguiente canal local y la primera imagen frente a mis ojos fue la de los bajos del puente de la Minorista, entrada (o salida) indeseable del centro de Medellín. Parecía otro lugar, bien distinto a ese al que nos acostumbramos los medellinenses en los últimos dos o tres años.

No había indigentes ni cambuches ni ropas sucias desperdigadas por ahí. Los policías a caballo y algunos barrenderos de las Empresas Varias los reemplazaban en el paisaje. La voz en off del noticiero explicaba que el lugar había sido desalojado para  —interpreto aquí— controlar la amenaza que estos humanos representan para la sociedad. Algún entrevistado mencionó que ellos se les tiraban a los carros, atracaban gente y vendían drogas. Otro dijo que el desalojo había ocurrido durante varios días y que a los habitantes de la calle se les remitió a centros de atención social. Uno de esos agregó que de allí se habían recogido carpas, cobijas, drogas y no sé cuánto peso de basuras, o de las pertenencias de los que nada tienen. 

Alguien más sugirió que era llamativo que el traslado ocurriera justo en los días que se celebran dos grandes eventos en Medellín: la Fiesta del Libro y la Cumbre Mundial del Turismo. Luego apareció el alcalde, Aníbal Gaviria, y aclaró, según su costumbre, que todo era una coincidencia.

La nota terminó con la imagen de los indigentes, no ya en los bajos del puente de la Minorista, sino en la avenida De Greiff, el nuevo lugar más sombrío y doloroso de esta ciudad imaginada, la tacita de plata, la más innovadora, el mejor vividero de Colombia, la de la eterna primavera, la que siempre está en obra, la que Hillary conoce muy bien. 


Comentarios

  1. Que punto de vista tan exacto. Y lo mas irónico es que en los puentes dice MedelliNovation y debajo están ellos. (Y)

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