Solamente el cabo final

En una finca lejos de la ciudad se oye un tiro de escopeta. Es de noche pero no es hora de cazar. Una familia numerosa habita la casa principal pero muchos no han regresado del pueblo; es sábado de diligencias, mercado [y acostumbrada borrachera]. En la casa están la mamá, la hija mayor, un sobrino que está de vacaciones, dos niños pequeños. Se asustan al oír el balazo y prefieren quedarse en la casa [¿a qué salir?]. Están en la tarea de acostar a los niños, organizar la cocina, guardar la ropa recién lavada. [Pasa una hora, tal vez dos]. Un arriero llega corriendo a la casa y llama a la mamá. Ella va con el sobrino a ver qué pasa. Es su esposo el del balazo. [¿Dónde estaba antes?]. Lo encontraron junto al camino, con el arma en la mano. Tiene la cara destrozada. Entre los dos lo llevan a la casa y allí lo limpian. Está muerto. No parece un accidente. Hay que arreglarlo antes de que lleguen los demás hijos [no sea que lo vean]. Qué les van a contar [nadie puede llorar]. Los niños pequeños se despertaron pero encontraron el cadáver como un cuerpo dormido, sin espanto en el rostro. Lo tienen en la cama, vestido con ropa limpia, lavado con paños suaves, peinado [como si fuera la mañana]. No parece muerto. La mamá y la hija se miran y no se hablan. Cuando sus miradas se encuentran repasando el cadáver rezan alguna oración, que se les confunde [y no pueden terminarla]. El sobrino, adolescente, pregunta y lo hacen a un lado. Pero él sigue insistiendo; no parece asustado [es curioso]. Ya los tres están instalados en la habitación, junto al cuerpo. Lo están velando. Dejan de rezar y empiezan a atar cabos, a contarse la historia de lo que pasó. [Así no la sepan].

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