Mis escritores

No los quiero vivos ni así me sirven. Hablo como psicópata, pero no he sido yo quien los ha asesinado o ha puesto la enfermedad en sus frágiles cuerpos. Me conduelo de sus historias y las leo como si fuera la última mortal que pudiera despertar el libro para traerlo a la vida en tránsito.

Son los escritores muertos quienes me llaman por las noches para que tome entre mis manos algún ejemplar que ellos no conocieron. Quieren que abra las páginas como si se tratara de un manuscrito y que me las saboree, disculpándoles los errores y las pequeñas tragedias de sus ediciones baratas. Esperan que llegue a la última línea con esa sensación parecida a la del vacío que es más bien producto de una rara llenura. Desean que yo quiera seguir buscándolos para no estar muertos, como si fuera yo la única lectora en la tierra, la elegida para escudriñar en sus viejas palabras, la primera en la fila de personas con ojos.

Y leer es elegir. Decidí que no quería leer autores vivos, humanos tranquilos que van por ahí desvirtuando sus historias, negándolas con acciones o reclamándoles a los críticos que se trata de ficción y que nada es cierto. Esa literatura que corre el riesgo de morir en la boca de su propio autor no me interesa.

Me pierdo de mucho, en el fondo lo sé, pero ya la lista de los muertos es bastante larga y las noches no son suficientes para que todos ellos pasen por el borde azul de mi cobija de invierno.

No quisiera que un día apareciera Kafka en la tapa de una revista de cultura diciendo que el señor K hizo esto o aquello, o que él mismo mató la cucaracha esa vez que le dio por usar los tacones de su mujer.

Deseo, entonces, que los pocos autores vivos que me quedan, y que andan rondando por el mundo para ganarse la vida, no cometan nunca la locura de aparecer en mi realidad. Si son de países lejanos, espero que no se ganen el Nóbel o que dejen de pertenecer a una “literatura menor”. Si son latinoamericanos, espero que permanezcan en un olvido contemporáneo y que tal vez revivan cuando llevemos, ustedes y yo, algo más de cien años bajo la tierra.

García Márquez, vuélvete senil de una vez por todas. Coetzee, descadérate por trotar en las mañanas. Vargas Llosa, ¡cállate!

(Y a ustedes, Sábato, Hrabal, Borges, Cortázar, Chéjov, O’Connor, y los demás, mil gracias)

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