Hibernar en serie
Estas vacaciones, vistas desde hoy 62 de diciembre, fueron
especiales. No viajé fuera del departamento, no participé en grandes fiestas ni
tumultos, no me preocupé demasiado por nada. Simplemente los días se fueron
sucediendo unos a otros hasta llegar a darme cuenta hoy de que mañana empieza
febrero. Bien, esto es un balance de esta temporada de hibernación en la que si
acaso prendí el computador cinco veces, si acaso hice aseo general un día, si
acaso cumplí algo que planeé.
Lo que sí hice fue ver series en Netflix. Pudo ser un error,
pero compré un aparatico que se llama Chromecast, que sirve para que el
televisor no muy moderno se convierta en “smart”, o sea que parezca que tiene
internet. Fue una inversión que ya se pagó sola, porque me funcionó como una
maravillosa máquina del tiempo que me evitó, gracias a su función de
metaforizar un “fast forward”, profundizar en exceso en un sinnúmero de
pensamientos indeseables sobre el futuro, la vida, el trabajo, la palabra que
empieza por la letra “te” y sus últimas letras son “esis”, el infructuoso
intento de querer a alguien que anda en otro planeta, la estupidez humana, los
candidatos a la presidencia del país, las luchas por el poder local, los
asesinados, y un larguísimo etcétera. Entonces, con el aparatico ese, la
instrucción era: relájese y disfrute. Eso hice. Y vi lo siguiente:
Alias Grace, una
serie de seis capítulos basada en una novela de Margaret Atwood. Me la
recomendó mi gurú del cine y las series, aunque no sé si él se la había visto,
después de haberle metido el diente a El
cuento de la criada (The Handmaid’s Tale). Alias Grace me gustó (no como para pegar alaridos), porque hay un
misterio de un crimen y hay un buen retrato de época (1843 en alguna parte de
Canadá). Sin embargo, mi impresión al final de los seis capítulos fue: ¡Esto
pudo ser una película!.. Quiero decir, sentí que perdí horas en lo que pudo
haber durado 90 minutos.
Stranger Things, ya
saben… Había alharaca por esta serie y me dio por verla. Me llamó la atención
primero porque era con Winona Ryder, que también creo que era productora, y
segundo porque todo sucedía en 1984, o sea cuando yo nací. Entonces me puse a
verla y me entretuve. Los niños son maravillosos. Los monstruos y el exceso de
fantasía no tanto. La primera temporada vale la pena; la segunda es una desilusión.
Diré que ya me olvidé de casi todo, o sea que fue poco memorable. Mi conclusión,
entonces: ¡Esto pudo ser una película!.. Y lo juro, yo hubiera ido y comprado
crispetas y perro caliente. Intuición: ¿Estamos empezando a tener un problema
de confusión de formatos?
Las chicas del cable, eso
sí fue un descache, pero hay que ver de todo. Esta serie española, que
supuestamente transcurre en un Madrid de 1928 excesivamente prefabricado, es
una telenovela, y la razón por la que llegué hasta el último capítulo de la
segunda temporada es que los galanes masculinos son unas bellezas, unas
estampas de hombres que ya poco se ven por ahí (Yon González y Martiño Rivas);
hasta los busqué en google y descubrí con horror que son menores que yo (ay ya
ni los galanes de tv…). La trama en sí es una pendejada, tanto que uno se puede
parar a hacer almuerzo, o ir a hablar por teléfono y medio ver u oír la serie
de lejitos y no se pierde nada.
Dark, esta sí fue “la”
serie. Diríamos que se parece a Stranger
Things, y quizás tenga un aire, pero es muuuuy superior: puede ser la
producción alemana, la ausencia de monstruos, no sé, la verosimilitud en todo
caso es la que hace la diferencia. En Dark
todo es muy loco, nunca resolvemos ese misterio de la ¿unidad? tiempo-espacio,
pero hay pie a la posibilidad. Qué tal que eso sea así, me quedé pensando, y
eso la hace maravillosa. Además tiene una cosa genial: los personajes se
parecen físicamente a quienes fueron de niños y a quienes serán de viejos; es
un casting casi genético que habla muy bien del cuidado de todo. Dark por ahora lleva una temporada y no
veo la hora de que llegue la segunda. Esta sí que merece ser serie y no
película, sigo pensando.
House, M.D. Sí,
estamos en el 2018, pero qué más da, esta serie del 2004 (y hasta el 2012) me
encanta y creo que hay que repetirla cada tanto para no perder la maldad ni la
sandez. Son ocho temporadas, como de veintipico de capítulos cada una, y cada uno
dura casi una hora. Fue una inversión suprema de tiempo de la que no me
arrepiento, aunque debería, y recomiendo a medio mundo que vea a Gregory House
en acción y le saque la moraleja que quiera o pueda, si es ese su propósito, y
prometo que al menos habrá diversión, entretención, una forma eficaz de borrar
los problemas cotidianos de la mente. Ah y bendito sea el Netflix para ya no tener
que ver la serie con eternas tandas de publicidad en televisión por cable.
The End of the
F**cking World, una miniserie, de acento inglés y capítulos cortos, de la
que si bien quedé con la sensación de “¡Esto debió ser una película!”, me gustó
que fuera fragmentada para poder descansar las emociones y jugar a predecir lo
que pasaría inmediatamente después. La crítica que le hago es que el
adolescente protagonista es el mismo de algún capítulo de Black Mirror y hace el mismo papel, o así me pareció, con los
mismos gestos y todo, que me susurraba “ya vi esto en otra parte”. La
recomiendo, chévere, aunque tampoco es lo máximo. Bien, pero no exageremos.
Fargo, la otra
campeona de mi temporada de hibernación. Qué maravilla esa cantidad de sangre y
esas balaceras en el recóndito Medio Oeste estadounidense. Son dos temporadas
por el momento, diez capítulos cada una, crímenes por doquier. Me entretuvo, me
hizo reír con chistes geniales, todo muy de los hermanos Coen, y me puso a
pensar en que esta fue una película que se convirtió en serie, o algo así, y
como serie funciona muy bien: porque la historia aguanta los pequeños misterios,
los actores son creíbles, los decorados y los paisajes se prestan para las
tramas, y la música, ¡Ah… La música!, no pudo ser más ¿acorde?
....
Y bueno... Porque pude seguir por este abismo, decidí guardar el
pequeño Chromecast y volver a la vida. Había que frenar esa máquina de matar el
tiempo y empezar de nuevo, al menos con salir de la pantalla. Mañana es febrero
y comienza la temporada… Quizás con recorte de personajes, con otra banda
sonora, con el mismo escenario y, por supuesto, con alguna trama poco
espeluznante.
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