Lunes que es martes, aquí que soy yo

Lunes otra vez sobre la ciudad. La gente que ves vive en soledad… Hoy sería el más raro de muchos lunes que he conocido, pero en realidad, ni siquiera es lunes: es martes, después del último de tres festivos seguidos, los de junio y julio que traen una luz hermosa sobre Medellín, la luz de mis vacaciones de niña en esta ciudad que hacía ver los árboles y las montañas más verdes y las casas de un color ladrillo más intenso.

Es un día raro porque lo recibo desde la altura de un piso 23, un lugar nuevo que huele a regalo recién desempacado, a muñeca de moños intactos. La luz de la mañana entró por la ventana antes de las 6, son los días más largos del 2017: ya podía asomarme para sentir a la ciudad despierta, caminando por ahí, moviendo sus carros como en una pista de juguete, a los vecinos del frente abrir sus persianas, y a los de más lejos, abajo en la quebrada, echarse la vida al hombro.

Camino por estos 50 metros, cuento las baldosas, me fijo en no pisar sus rayas, que se llaman juntas y pienso que llegará el día en que deba limpiarlas con bicarbonato disuelto en agua. Me detengo en mi biblioteca con sus libros tan organizados que se sienten intocables. Y así mismo intuyo que no resisto el orden de maqueta, el verme a mí misma como un humanito de “render” o una Barbie sin su Kent, con todo dispuesto para la foto, sin cabellos en el piso, sin cajas aún empacadas que puedan estorbar, sin lugar para ese pequeño caos que puede ver surgir la creatividad y el movimiento. Me contengo y digo que sí puedo, que están bien la simetría y esta consecuencia absurda de los sistemas llamada orden. Para retar al aire y a los que no me ven, saco un libro del entrepaño y lo dejo mal puesto encima del escritorio. Estoy satisfecha.

En la cocina, ocho baldosas a la izquierda, me preparo una jarra de tinto con las últimas cucharadas de un café delicioso que me regaló un estudiante. Esto es la ruina, necesito más café. Espero. Oigo el borboteo del agua en la cafetera. Hiela en el balcón que en la tarde hervirá con el poniente.

Pienso en este lugar, en este lunes otra vez sobre la ciudad, en lo que hay que hacer, en que aún es muy temprano para organizar llamadas y echar a rodar la rueda del trabajo diario. Pienso en hoy y en mañana, en el mes entrante y en el 2018, también en el 2037, veinte años de crédito hipotecario. Bajo la cabeza para volver a este ahora que me parece diminuto e implacable, y sonrío, porque sí estoy feliz; y no deja de ser raro el día. Pero voy, vamos, a lo que siga, a lo que pase. Sostengo la taza de café y descubro inhalando hasta el fondo este olor a cosa nueva, que quizás viene es de mí. 

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