Salgo del clóset: de sandía a tomate

Debo confesarlo: creo que me volví hincha del Deportivo Independiente Medellín. Suena a la peor traición de las traiciones, a lo más deleznable de lo deleznable… Mejor dicho, a declaración de guerra unilateral, porque a quién le puede importar que yo me pase de equipo, si tampoco es que haya sido una hincha rigurosa que se aprende los nombres de los jugadores y manifiesta conocimiento de la escuadra propia o del rival de turno.

La verdad es que aunque estoy confesando un delito grave, casi de lesa humanidad, que ya no soy hincha de Atlético Nacional, o que si lo soy pero más poquito, los del Medellín pueden darse por mal servidos: porque no soy un dechado de virtudes como hincha ni tampoco la mata de la fidelidad futbolera. Es decir, se ganaron a una, pero qué mala que soy; en pocas palabras, se encartaron conmigo, que en pocos años, como va el campeonato nacional, bien podría convertirme nuevamente, esta vez a hacerle barra al Deportivo Rionegro o al equipo de Bajo Cauca. Sí, porque en esta liga aparecen equipos de la nada y hasta terminan disputando semifinales, y si uno se descuida quedan de campeones y ya después uno pierde la cuenta y se queda más ignorante de las estadísticas futboleras o de los que hicieron el gol. Pero eso ya es otra historia.

¿Pero de dónde sale que ahora soy una más del DIM? (¡Cuesta escribirlo!) Yo creo que todo empezó hace 15 años cuando llegué a vivir a Medellín, en el 2001. Ahí veía que la alegría de mi primo Carlos por ese equipo rojiazul provenía como del fondo de su adolescencia aunque él ya era cuarentón. A mí me habían enseñado a ser del verde, a ser feliz, pero como vivía en otra ciudad, en Cúcuta, nunca pude ir a los partidos, solo a un aburrido cero a cero, o disfrutar con otra gente de triunfos y derrotas. Por eso, lo que veía en Carlos, que celebraba con asados muchos de los partidos y ponía incesantemente un cd pirata con canciones en honor al DIM, me llamaba a sonreír con él, a olvidarme de Nacional y a cantar de coro en coro el “no necesito que estés arriba para quererte, glorioso DIM”.

Luego en la universidad, retorné al verde, porque encontré amigos con quiénes celebrar los triunfos de Nacional, que en este nuevo siglo han sido varios, para mi gusto demasiados. Sí, me cae mal celebrar tan seguido o creer que todo anda bajo control durante largos periodos, porque siento que la caída puede ser estrepitosa, así como lo ha sido; o sea que según lo veo o lo siento, que el equipo pueda quedar campeón durante dos o tres semestres seguidos no es algo bueno, es una situación superior a mis fuerzas que hasta me hace perderle el gusto al triunfo y me obliga a postergar sensatos sentimientos de tristeza o de derrota reflexiva. Y si uno le pierde el gusto a ganar, ya está más que jodido. Mátenme, pero así lo veo.

Sobra decir que en estos años, vi al Medellín ganarle dos finales a Nacional, y ahí se me manifestaron algunos síntomas graves de voltearepismo futbolero: yo celebraba igual. Porque vi esos partidos en compañía de hinchas de ambos equipos, toda gente querida, y cuando hay aguardiente, para qué llorar.

Esa es otra parte de mi confesión: nunca pude odiar al Medellín o a su hinchada, porque en la vida diaria los de esa camiseta también han sido mis amigos y les conozco las razones por las que aman a su equipo. Claro que también conozco dentro de ellos a algunos fastidiosos en el campo de las pasiones futboleras, pero de esos nunca faltan ni entre los del DIM ni mucho menos entre los del Nacional. Hinchas cansones, groseros, gritones, guácala, los hay en todos los equipos. Y para no decir que siempre fui mala hincha del verde, una vez me fui a los gritos facebookeros con un furibundo hincha del Júnior, que me buscó pelea como si estuviéramos en el mercado de Barranquilla y no se cansó de insultarme a mí y a mi equipo de entonces hasta que la dignidad me llevó a no contestarle más y a decidir eliminarlo de la red social. ¡Cuánto activismo! ¡Cuánta valentía! Luego reflexioné: ¿yo peleo por un equipo de fútbol?, ¿yo sí estudié? Me reí y luego bajé mi adrenalina: nunca más volvería a pelearme por defender a Nacional.

Una vez en el trabajo un amigo del DIM me diagnosticó: “Usted es hincha sandía: verde por fuera y roja por dentro”. Se lo negué lo que más pude y casi hubiera podido ir a comprarme una camiseta de Nacional para mostrarle el tamaño de mi lealtad. Juan Miguel, que debe estar riéndose ahora mismo, tenía mucho de razón, pero a mí aún me faltaban un par de estocadas para reconocer que se puede ser sandía o incluso tomate que ha sabido madurado.

La estocada más grave sucedió hace un par de años. Conocí a un hincha que me hizo pensar en muchas cosas sobre la pasión del fútbol, lo que significa socialmente y si se puede combinar o no con cierto carácter más reflexivo, más político, menos vacío, menos gol y ya. Ese hincha se llama Juan Camilo Agudelo y podría decirse que yo soy su primer milagro desde el más allá, porque fue por él o por su historia que terminé convirtiéndome a las huestes del DIM. Sobre Juan Camilo escribí un relato, que poco tiene que ver con el fútbol, pero que me hizo concluir que el mismo fútbol poco tiene que ver con el fútbol.

Y bueno, ya las estocaditas solo dicen de mí que soy una traidora, que soy lo peor, que abandoné a mi ex equipo en el peor momento, que en todo caso para qué tener hinchas como yo que ni siquiera van al estadio. Para consuelo de los verdes, allá los rojos si se encarten con advenedizos, hinchas inútiles, que si acaso sirven para engrosar las filas del sufrimiento, como el de ayer ante el pelotón de fusilamiento a la hora de los cobros desde el punto penal.

Que para ser aceptada como hincha del DIM se diga de mí que casi me da un infarto anoche en el partido contra el Cortuluá. Grité cada gol, madrié en cada descache y celebré con David González por su última atajada, que me conmovió hasta hacerme levantar de la cama. Ahora, a esperar la final ante Júnior, que puede significar la sexta estrella para mi nuevo-viejo equipo y la venganza definitiva contra ese hincha costeño al que imaginaré sufriendo y vociferando más allá de Facebook.



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