Pasaporte al mundo (y fútbol)
Mi pasaporte de ciudadana del mundo lo obtuve a los ocho
años. Había que ganárselo como una prueba de un campamento scout nacional en
Cali, Colombia. Yo había viajado desde Cúcuta, en la frontera con Venezuela,
sin mis padres, pero con los jefes y un grupo numeroso de compañeros de mi
edad. No tuve miedo de estar sin mi familia. La emoción me hacía olvidar de la
poca cantidad de dinero que llevaba (que me habían dado) para gastar en cositas
buenas o para comprar algún regalo. Para mí, Cali y el campamento (que no
quedaba en Cali) significaban que el mundo no era mi barrio, no era mi colegio,
no era mi parque; y si era mucho más, entonces había que encontrarlo,
conocerlo, recorrerlo a más no poder y así convertirlo en un lugar de mi
conciencia.
Uno crece, llega a los veintes, y se le olvidan esos
pensamientos infantiles que podían ser un rumbo o una especie de destino. Y no
sé, quizás quienes no se olvidan de “perseguirse” son las personas que mejor la
pasan, que más disfrutan y, de pronto, que más lejos llegan. Pero esto tampoco
es una carrera de “a ver quién va más allá” o quién conoce más lugares. Hay
caminos que toma su tiempo recorrer. Para entenderlo tuve que devolverme en el
trayecto, presentármele a la paciencia y hacerme su amiga.
Hoy me desperté con estos recuerdos de viaje y esas ganas de
salir, de nunca quedarme en el encierro, porque mañana agarro trocha. Todavía no
he empacado la maleta, aunque sí tengo la ropa limpia, y estoy escribiendo algo
para el blog; así es como dejo todo para el último minuto. Nada que hacer.
Pero la verdadera razón por la que necesité escribir es
porque me era necesario conectar esto de los viajes, este pasaporte al mundo,
con la libertad, con el no estar aprisionado por una patria (o su idea, que es
peor), por una región específica de esa patria inexistente, por una carga
constante que uno dizque tiene que defender y a la vez sentirse orgulloso. Ayer
jugó Nacional contra River Plate en la final de la Copa Sudamericana. Soy
hincha de Nacional y lo he sido de River, creo que la Sudamericana es una copa
pendejita que aquí se valorizó con el juego contra los argentinos, y siento que
el fútbol es un bálsamo en la sociedad que me acoge. Y ayer alguien decía que
por qué los hinchas de Nacional pedíamos el apoyo de los demás colombianos, que
por qué nos estábamos apropiando de esa forma del nombre de la patria si
Colombia (debe ser la misma que invocan en los realities) no era solo paisa… Y
alguien más, nunca falta, se sumó diciendo esa perorata de paisas malnacidos
que los discriminamos a todos y vamos por donde sea pregonando ese amor
iracundo por esta región de ratas.
A mí me ofenden esas palabras contra mi equipo y contra los
lugares en donde hoy habito. Pero doy gracias al mundo por no ser yo quien
profiera esos insultos contra otros colombianos que, lástima por ellos, no han
salido (al menos mentalmente) de sus cuatro esquinas. El regionalismo se cura
viajando a otras ciudades; el nacionalismo se cura viajando a otros países. Y
la estupidez podría curarse leyendo, pensando dos veces antes de hablar.
Nacional empató en su casa, el Atanasio, contra River, y eso para mí es perder.
Está bien. Llegarán otros partidos, otras finales y todos los hinchas, créanme,
lo superaremos. Es solo fútbol, un juego, no es una Batalla de Boyacá o el
Cruce de los Andes del General San Martín. Como le decía a otro un personaje de una
película gringa: “Los Yankees no llevarán mercado a tu casa esta noche”.
Me voy a empacar y espero no dejar el cepillo de dientes.
Berlín, Friburgo, Praga, Roma, Florencia, Venecia, Lisboa, Sevilla y Madrid me
están esperando para curarme de tanta ridícula colombianidad.
Te estaremos leyendo y siguiendo en tu travesía. Por favor, no pares de escribir!!!!!!!!
ResponderEliminar