Berlín contra la pared

Berlín es tantas ciudades a la vez que uno nunca está perdido, siempre se está encontrando a sí mismo en una esquina, en un recoveco de la arquitectura que nadie ha nombrado todavía, en las pocas ondas del río Spree, en el anochecer del invierno a las 4 de la tarde, en una emoción que no se te ocurre cómo definir bien y se parece al vértigo, al dolor que ya se te pasó. Berlín es una ciudad con tanto brío por dentro que tus pies, cansados y fríos, te obligan a caminarla por donde no has visto nada ni sabes qué hay.

Uno en las calles se demora mirando hacia arriba, descubriendo edificios antiguos o incluso más antiguos. Piensas en este hoy de acontecer rápido, de muchachos altos y hermosos desentendidos de cualquier moda (comprendes sus tatuajes, sus piercing, quieres sembrártelos en la piel), de gente con gestos similares, a veces todos rubios, a veces todos turcos. Y piensas en el ayer de hace poco, en los días de después de la división, en esos noventas que fueron un desatrasarse de la modernidad casi neoyorquina que ya se había impuesto en medio mundo. Emergía la culpa, el entendimiento de lo que fueron (¡asesinos!, les gritaban), y la búsqueda de un nuevo destino colectivo. Y te sigues devolviendo hasta los años, las décadas, de la división. Ya no avenida Karl Marx sino avenida Stalin; ya no grafitis de libertad y sueños azules en la galería del muro, sino un Muro de Berlín feroz y doloroso que servía para ejecutar a todos los espíritus. Te duele ese sufrimiento de los que perdieron a los suyos al otro lado de una pared. La arquitectura te muestra tiempos peores, fachadas de gloria para mostrarle al mundo que una pequeña Rusia era casi perfecta. Pero aún puedes ir más atrás y llegar a los bombardeos. Berlín destruida, Berlín quebrada, con pedacitos de humanos desperdigados aquí, allá, en cada paso; bigotico de Führer que millones de alemanes dejaron prosperar. Imaginas que en cada calle puede haber judíos, maricas y gitanos muertos, opositores fusilados, ancianas que no pudieron correr, niños que si acaso sobrevivieron, nunca recuperaron su vida quebrada después del Holocausto.

El siglo XX palpita en Berlín, te estrella la cabeza contra las paredes, porque escapa a tu comprensión. Hoy sigue aquí, se resiste a morir, y puedes encontrarlo en el tren, en el tranvía, en el subterráneo, en el Alexanderplatz, en Kreuzberg, en Mitte, en cada lugar donde te preguntas qué pasó, quién hizo qué, por qué nadie vio.


¿Dónde estuviste siempre, Berlín?


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