Sonidos armoniosos en seco

El metro de mi ciudad grita en las noches porque todos callan.

Se le oye constante, a veces atronador, como un zumbido grave de abejorro.

La ciudad duerme. Se acuesta temprano y sola.

En las calles algunos buses hacen compañía; parecen vacíos, sin chofer.

Pero alguien en ellos regresa del trabajo. Una enfermera, un obrero, un mesero de bar, su novia prostituta. Silenciosos avanzan por el desfiladero de la noche hacia el día siguiente.

Poco a poco las luces cambian de color. El alumbrado público es un día de sombras en las grandes avenidas.

En el callejón solitario una mujer busca amor y un mendigo cuenta sus monedas.

El alba empieza a estremecerse entre las escasas nubes. La motocicleta viaja y suena a mil, como una bici con vaso desechable en la rueda trasera.

Es la mañana. No hay pájaros. Solo transportes que suben y bajan por las laderas, ahora ruidosos. Despertadores naturales de la vida diaria.

Colegiales de zapatos recién embetunados llenan las aceras con sonrisas y palabras que le compiten al letargo de mi ciudad apenas levantada.

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