Autoayuda para un lunes
Hay días, semanas, épocas de la vida en que no pasa nada… O
pasa, pero nos parece todo intrascendente, un simple ciclo de la máquina que
nos procesa: es un levantarse, hacer lo necesario, alimentarse y mantenerse con
salud, rendir en el trabajo, leer lo que se pueda, dormir seis horas y
despertar al día siguiente para lo que falta. Se me ocurre en esos tiempos que
los sentidos del mundo se limitan, que ahí no hay experiencia consciente de ser
y vivir, que nos repetimos literalmente hasta el cansancio y se nos va
olvidando, sin más ni más, qué era lo que íbamos a hacer, cómo era que habíamos
definido esta lucha a contracorriente de no dejarnos atravesar el corazón por
un alfiler para enmarcarnos en una caja de camisa fina. Y pasan esos días, esas
épocas, y de repente se interrumpen.
Y un fin de semana cualquiera, que no cualquiera, la rutina
cambia, el túnel de escape se hace claro. Un viaje, una novela, una noche de
pensamientos que aturden, un viento cálido, un mar que se te hace imposible
asir. Evitas la trampa de ese juego en el que estabas y sonríes porque te
recuperas un poco. Es decir, el cuerpo cedido al sistema vuelve a ser tuyo al
menos por un rato. Aparece la experiencia consciente y ganas alma.
Son cosas que tienen poder: un viaje, un paisaje, una novela,
una idea que desata el querer algo, el soñar algo, el anhelar. Te descubres,
así, como ser anhelante, despierto, listo para enfrentar lo desconocido. Nada
especial, ningún sueño en particular, ningún deseo que pueda cumplirse en el
corto, mediano o largo plazo; es más, no es algo para cumplir, para seguir
instrucciones, es simplemente la posibilidad, la búsqueda, el saber que el
instinto sigue despierto, que aún hay partes de ti que desconoces y que te
producen sonrisas o al menos gestos. Como el niño que hala a su antojo el
tendón de la pata de gallina para mover los dedos de un animal muerto. Así lees
y viajas, así hablas con los que no pueden escucharte, así les confiesas tus
sentimientos para que no puedan tirarlos a la basura. Así estás en el mundo,
sintiendo aunque sea, ganando el terreno invisible de sus sonidos, de sus
voces, de sus olores, de sus paisajes.
¿A quién vences entonces cuando no estás
en derrota? ¿Contra qué animal terrible lucha el hombre en su viaje de
sentidos? ¿Por qué ir en contra de esa máquina que aprisiona si en ella hemos
nacido?...
(Nota: La novela maravillosa se llama La noche mil dos de Joseph Roth, y el paisaje renovador se llama Parque Nacional Natural Tayrona)
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