Los diarios de Svetlana
La guerra no tiene
rostro de mujer contiene las vidas deshechas de las mujeres soviéticas que
fueron a la guerra y regresaron para contarlo, y contiene también las
reflexiones, los pensamientos, de una periodista extraordinaria que supo
detenerse a escuchar esas voces silenciadas, nunca antes desveladas con tanta
claridad, y así escribir y comprender.
Para explicar ese “fueron a la guerra”, y sobre todo el
sujeto colectivo de la frase, se necesitaron 365 páginas de la edición en
español y una reportería que atraviesa al menos tres décadas. Svetlana
Alexiévich, Premio Nobel de Literatura del 2015, escribe en este libro sobre el
ser humano —verdad innegable en los autores eternos—; sobre ellas que fundan la
vida, cuidan de otros soldados, buscan la belleza en la nieve pantanosa, no
caben en el uniforme, se ofrecen para ir al frente, se enlistan en
organizaciones clandestinas, maduran o envejecen en un día de odio y aprenden a
matar, como si se tratara de solo ver morir.
Ella, la periodista, se crio en una aldea de Bielorrusia
llena de mujeres. Las historias que oía siempre fueron de la guerra, porque,
dice, vivían para ella, se preparaban para la que seguía cuando aún no habían
vuelto de otra. “La guerra la relatan las mujeres. Lloran. Su canto es como el
llanto”. Y la guerra en la mente de quien no la ha conocido es dual, tiene
vencedores y derrotados, orgullosos y débiles; hombres que escriben sobre
hombres. “Las mujeres mientras tanto guardan silencio […]. Y si de pronto se
ponen a recordar, no relatan la guerra ‘femenina’, sino la ‘masculina’”. Esas
son dos guerras diferentes.
A Svetlana le hablaron de la Victoria del Ejército Rojo
sobre las tropas de Hitler, de lo que ellos llaman la Gran Guerra Patria, y la
hicieron sentir orgullo de pertenecer a una nación, ya inconmensurable,
henchida por la guerra. Le contaron en voz baja del valor de los partisanos,
como su abuela, y le señalaron con el índice a los hombres mutilados que alguna
vez vistieron de casaca. Pero las preguntas que tiene están incubadas en su
corazón de periodista y quiere responderlas, no con imaginación sino con
realidad, con aquello que las mujeres de la guerra le pueden contar. Ellas, más
allá de la Victoria y de la muerte, le dejan ver la forma más acabada del alma
humana. Entonces hay epifanía: “Las voces… Decenas de voces… Se abalanzaron
sobre mí desvelando una verdad insólita, y esa verdad ya no cabía en aquella
fórmula simple y bien conocida desde la infancia: hemos ganado la guerra. […]
La retórica quedó diluida en la materia viva de los destinos humanos. […] El
destino es cuando detrás de las palabras sigue habiendo una voz real”.
Imagino a Svetlana detrás de sus palabras tomadas al azar.
Telefonea a sus fuentes y les propone encuentros que acaso darán frutos: la alejarán
en breve o terminarán contándole la razón de sus existencias, el leitmotiv que
les ocurrió al dejar atrás la niñez. Viaja en tren y al mirar por los campos
paladea las historias, vuelve a sentir el frío, escarba a los muertos, venda un
rostro, descifra la vergüenza del sexo, dispara un arma cuyo peso no soporta. En
casa guarda celosamente grabaciones y libretas y las relee diecisiete años
después para poder entenderlas. 1978-2004, se lee casi como epitafio en la
página final.
¡Pero quién puede olvidarse de palabras así! ¡Quién puede
dejarlas de lado! Sospecho que a Svetlana la acompañaron cada mañana (¿se puede
dejar de ser periodista al menos durante el café?), y de ahí es que podemos conocer sus diarios de
campo, el que tiene anotados los datos precisos, las cifras que las fuentes le
confiaron con algún tipo de esperanza, y el que explica los motivos propios,
los desenredos mentales de encontrar respuestas a preguntas exactas, la razón
de ser como periodista y testigo de la otra Historia, lo que significan la
política y las ideologías cuando están escritas en la sangre, todo aquello que
solo se entiende cuando se vuelve insoportable.
Los diarios de Svetlana Alexiévich en La guerra no tiene rostro de mujer (Debate, 2015) interpelan el alma,
se levantan de las cenizas de la guerra, dicen todo lo decible sobre la
existencia y consuelan en la lectura de lo que tiene capacidad de convertirse
en una terrible marca de humanidad.
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