San Javier, 15 de abril

"Mataron a una pelada que estaba ahí en el almacén". Esa voz del vendedor de tintos ratifica la muerte, insiste en un hecho que, al menos por hoy, cambia la vida de un barrio, de unos transeúntes, de una ciudad, de quienes quizás amaron a una víctima de la violencia. El relato transforma el suceso, lo representa, pero mañana lo abandona, lo deja atrás. Mis pensamientos corren a imaginar que Medellín debería estar en duelo permanente por los muertos de cada día, que, aunque son contados como "hechos aislados", suman y suman tragedias en universos cotidianos, privados, ajenos a todos, aferrados a cualquiera. Se siente orfandad en las calles, porque hay desgobierno, se siente un aire enrarecido -que hace rato no se disipa-, una voz latente anda regando la bola de que algo va a pasar. Y está pasando. La mujer asesinada de este mediodía en San Javier es nadie, no pasará de ser parte de una cifra estadística de la criminalidad en Medellín, de Medellín. Y nadie somos todos, que ya olvidamos a los que murieron ayer, a los asesinados de la semana pasada -ese pelao David, de 19 años-, a quienes siguen apoderándose de las lápidas del gran cementerio de la ciudad de estas décadas.

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