Birdman
Me gustó Birdman. Me sobrecogió su nitidez. Es acerca del
futuro de uno mismo, o del pasado, según como se quiera ver. Él tiene una voz
en la cabeza, todos nosotros también. Pero hemos sabido ahuyentarla, hacernos
los sordos. Y eso es lo diferente. Pero qué pasa si esa voz nos queda
atravesada en la cabeza para siempre, qué pasa si un día queremos volver a ser
como ya no somos. Es un ejercicio de sana esquizofrenia escucharse a uno mismo
en una voz ajena, creerte con poderes y desecharlos para aterrizar contra el
pavimento duro. No se trata de la fama o de ser sobresaliente, como una vida
que va calificándote de uno a cinco, y te va despezando pedacitos de alas para
que puedas llegar adonde ella quiere llevarte. Se trata, le tengo miedo a lo
absoluto, se trata de actuar para uno mismo, para nadie más, pero eso es
mentira. De arrancarse el cabello a manotazos si es necesario, de escupir
sangre para darse cuenta de que uno es sangre, de tirársele a un bus para sentir
la lucidez al despertar adolorido después de ser atropellado, de gritar hacia
dentro y forzar cada músculo, cada gota de adn, hacia lo extremo, lo último, lo
consciente, lo propio que ha muerto. Y no se puede, terminarías muerto. Y
Birdman me llevó en hombros a verme los órganos que respiran y laten por mí, a
despedazarme un poco pero con aplausos, a caerme derrotada en el pavimento
porque no tengo fuerzas para mover un dedo del pie. Ese superhéroe nefasto que
corroyó tu vida no puede morir, ni ahogarse en balbuceos, debe flotar y perseguirte
hasta en el inodoro o en el patio de tu alma. Birdman vuela aunque no lo creas,
aunque no lo quieras, y vuela porque tiene que hacerlo, no requiere permisos, pero
sí que lo veas, que lo agarres del pescuezo y lo insultes como nunca antes has
insultado a alguien, ni siquiera a ti mismo. Birdman es una pequeña locura de
ti, un titerito maltrecho al que le sienta la ridiculez y tiene permiso para
burlarse a carcajadas de cada filosofía barata, doméstica, sobre un divorcio,
una quiebra o el nacimiento de un niño bobo, de cuento de Carver en la mañana,
cuando desayunas con vodka barato, jamás lo he hecho aunque sí con un poco de
ron, y te estremeces, tontamente, por una frase leída, por un fluir de
conciencia que no te pertenece. El telón cae y te parte en dos.
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