Cuando todo está podrido en la frontera
En la frontera colombovenezolana no hay verdades ocultas,
aunque queden muchos ciegos. Desde adentro y desde afuera, desde una esquina y
desde un palco, la obra de teatro se ve muy diferente, también los actores y el
papel que interpretan. Cosas que inevitablemente pienso, armo y desarmo, cuando
veo noticias de Cúcuta y San Antonio del Táchira, traté de organizarlas aquí
para no perderlas de vista. Quizás la mente no deba convertirse en otro
no-lugar.
- La Guardia de Venezuela es una institución corrupta, no desde
la era Maduro, ni desde la era Chávez... Viene desde cuando Carlos Andrés Pérez
era chiquito e incluso antes. Ahora quizás tienen más poder que siempre, pero
las prácticas aprendidas y mantenidas institucionalmente, como pedir bolívares a
cambio de permitir un delito o salir silbando orondamente, no son un mito
fronterizo. Los venezolanos las conocen y los colombianos sí que les ha “tocado”
pagarlas. Eso se llama connivencia con la ilegalidad.
- Esa Guardia es la que desde hace años gana buenas untadas
por dejar pasar harina, leche, carne, aceite, cerveza, crema dental, de todo. Ellos
tienen parte en el negocio del contrabando, por eso nunca lo reprimieron en la
escala delincuencial, sino que hacían redadas y operativos para quitarles a los
ciudadanos de a pie una bolsa de mercado sin más de dos productos por familia. A
los contrabandistas que pasaban su mercancía por la carretera o por las trochas
nunca los requisaban ni les quitaban los productos caros. Misteriosamente,
podían llevar electrodomésticos vistosos y pacas enormes de Harina Pan y Leche
La Campiña, emblemas venezolanos, sin que nadie los viera. ¿Raro, no?
- Por supuesto que de ese contrabando no solo se lucraban los
miembros de la Guardia venezolana, que quién sabe qué negocios tendrían como
propios. De ahí comerciantes venezolanos y colombianos hicieron fortunas. Y es
posible que sean muchos de ellos los que hoy estén posando como víctimas ante
el radar internacional.
- Como en todo negocio, está el empresario, el dueño del
plante; están las personas que contrata y usa a su amaño, y que seguro trabajan
ahí porque lo necesitan y no porque les parezca divertido; y están los que
facilitan que el negocio ocurra. Todos ellos ganan plata, y eso es lo único que
vale. Esa política de “dejad hacer, dejad pasar” es aplicable al contrabando.
Ahí no importa si se es colombiano o venezolano, lo que importa es que el
negocio esté bien repartido, siga dando plata y todos queden contentos. El
mejor caldo de cultivo para continuar esto es tener en las orillas a un pueblo
ignorante, o, lo que es peor, a dos pueblos ignorantes.
- Los cucuteños se beneficiaron durante décadas del
contrabando porque un kilo de Harina Pan venezolana valía la mitad que uno de
cualquier marca colombiana. Lo mismo con todos los productos de la canasta
familiar convertidos en ilegales por no pagar impuestos ni tener declaración de
Aduana ni nada que los respaldara. Ya pasar de ahí a discutir oportunidades de
empleo legales y bienestar en los pueblos fronterizos, eso es otra historia;
que sí tiene mucho que ver, pero nos puede llevar a remontarnos a tiempos
bolivarianos.
- Los venezolanos se beneficiaron de ese contrabando, porque
alguien tuvo que llevar desde la fábrica hasta el mercado negro de la frontera
los artículos de aseo, los alimentos y cualquier bien canjeable mejor en el
peso colombiano que en el bolívar otrora fuerte. Aparece pues la moneda como un
factor fundamental que cambia las relaciones entre los habitantes: cuando el
bolívar estuvo a 16 pesos, como en 1980 o por allá, los colombianos estaban de
cabeza en los mercados de San Antonio, Ureña y San Cristóbal, comprando desde
un maní hasta un carro último modelo... Y ahí nadie cerró la frontera, pero los
empresarios cucuteños se acostumbraron a no producir. Hasta la semana pasada, 1.000
bolívares no servían en Colombia ni de limosna, y por eso vender el producto
venezolano en pesos colombianos era el mejor negocio del mundo: rentabilidades
del 1000%.
- ¿Pero ese producto venezolano de dónde salió si en Caracas
ya no se consigue? Bueno, pues ahí está el detalle. Si la producción en
Venezuela no se redujo a la mínima expresión, ¿a dónde fueron a parar todas
esas toneladas de bienes de consumo? Mmm... Habrá que preguntarles a los
contrabandistas que los negociaron, a la Guardia venezolana que los dejó salir
del país, a la Policía colombiana que los dejó entrar, a los contrabandistas
que los compraron para venderlos al por mayor, a los dueños de puestos de la
Avenida Sexta de Cúcuta que los compraron para revenderlos a precio callejero,
y a las miles de familias que los compraron de uno en uno para llevarlos hasta
sus hogares.
- Lo de la delincuencia y los paracos colombianos en
Venezuela es un chiste internacional para que muchos sientan insultada su
patria. En Cúcuta, sépanlo venezolanos, muchos llevaban un par de años quejándose
de los atracos a manos de bandas venezolanas que, se decía, eran “desplazados”
del país vecino porque allá no había “nada qué robar”. La razón del cierre de
la frontera es una disputa de un mercado enorme. El dinero... siempre el
dinero.
- El presidente venezolano puede decir que su decisión de
cerrar la frontera es soberana y le permitirá arreglar a su país en una
armónica paz. Allá usted, señor Maduro, pero sepa que esa estrategia no solo no
funciona sino que ignora todos las leyes de Derechos Humanos habidas y por
haber. Para acabar con el mal, no tiene que acabar con todo. La casa se organiza
es de adentro hacia afuera, no al revés. Sus enemigos no son aquellos a quienes
les está marcando la casa para sacarlos a la fuerza; sus enemigos son la
corrupción, una economía más inestable que nunca y la falta de una sana cadena
de mando en las fuerzas militares.
- Los vociferantes colombianos pueden decir desde afuera de
la frontera todo lo que les plazca, incitar a todos los odios y pedirle sangre
a su mandatario. Pero una mecha en un polvorín no tiene ningún sentido. Esa es
otra forma de acabar con todo y los que sufren seguirán siendo los que habiten
la frontera. Si los líderes de Venezuela están echando por tierra todas las
leyes, es desde los escritorios que hay que atacarlos. Que el llamado sea para
la comunidad internacional y los organismos que regulan bienestares en este
Occidente tan desigual. Entre hermanos, las guerras son a otro precio.
- Atender a la población afectada y saberla diferenciar de
los mercaderes que solo buscan restituir su negocio puede ser la clave para
superar la coyuntura. ¿Qué se puede hacer? Implementar medidas de urgencia
humanitaria y promover un cambio cultural en la frontera, en donde negociar y
ganar plata no sea lo único que allí importe. Sí, que el colombiano produzca,
venda y compre productos colombianos, o de donde quiera siempre y cuando se
acoja a la legalidad; y que el venezolano se dé cuenta de quiénes los están
gobernando, un cuerpo militar corrupto al que no le interesa el bienestar
humano sino la resignada marcha de un país rendido y hambriento.
Casi cucuteña de pura sepa ;)
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